DiarioUChile | POLÍTICA >> ¿Por qué sería tan peligroso el triunfo de Piñera? | Juan Pablo Cárdenas S. 16 de octubre 2017

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Desde luego que el hipotético triunfo de Piñera sería un obstáculo, un peligro, para los cambios que el país quiere, aunque el futuro morador de La Moneda se imponga en las elecciones próximas solo dentro de la minoría que ejerce su derecho a voto, cuanto por los millonarios recursos de la propaganda electoral y las múltiples formas de cohecho que se mantienen estas competencias.



Aunque se trata solo de un recurso electoral nacido del comando de 
Alejandro Guillier, vale la pena realmente preguntarse por qué podría ser
un peligro para Chile que fuera reelegido Sebastián Piñera. También 
conviene reflexionar si solo él podría constituirse en un real riesgo para
nuestra convivencia nacional.
Desde luego que para el prestigio de nuestra actividad política y
credibilidad democrática nunca resulta muy saludable para la soberanía
popular que éstas se acoten a los mismos caudillos y quienes ya han 
oficiado como jefes de estado vuelvan a ocupar esta alta función, 
cuando ya tuvieron la oportunidad de hacer lo que comprometieron
frente a los ciudadanos.
Ricardo Lagos Escobar y, antes, Eduardo Frei Ruiz Tagle también
buscaron ser reelegidos, aunque no pudiesen lograrlo. Sin embargo,
Michelle Bachelet sí tuvo la oportunidad de volver a La Moneda, pero su 
segunda gestión ha resultado demasiado cuestionada, al grado que 
quienes la apoyaron postulan ahora separados en dos candidatos y las 
encuestas vaticinan que podría ser que nuestra mandataria termine
cruzándole la banda presidencial a quien la antecedió en el cargo. 
Es decir, al propio Piñera.
En este sentido, ciertamente que es un peligro para nuestra prestigio 
institucional que el llamado “servicio público” siga protagonizado por 
actores que, por repetidos y haber frustrado tantas esperanzas, resultan
ser los principales responsables de aquella mayoría de ciudadanos 
que prefiere abstenerse de sufragar. Es cierto que ahora compiten ocho 
candidatos presidenciales, pero desgraciadamente sus respectivos 
discursos, salvo algunas excepciones, son demasiado coincidentes, y
tienen en común pertenecer todavía o haberse escindido muy 
recientemente del duopolio político que ha hegemonizado el 
gobierno y el parlamento en toda esta prolongada posdictadura.
Desgraciadamente, la efervescencia social que se ha manifestado en el
país por más de una década, no ha logrado catapultar a la política a sus
genuinos representantes y, con seguridad, ya perdió esta vez 
levantar un abanderado propio que no haya sido miembro de la 
llamada “clase política”. A objeto de llegar a La Moneda y al Congreso 
Nacional con una nueva agenda que se proponga transformaciones 
económicas profundas apuntadas a una justa distribución del ingreso, 
a garantizar los derechos fundamentales, pagando remuneraciones y
pensiones dignas, además de empeñarse en recuperar para Chile sus
recursos naturales estratégicos. Entre muchas otros imperativos,
ciertamente, que ya se ha visto serían muy difíciles, si no imposibles, de
alcanzar sin consolidar un nuevo orden institucional. Una Carta
Fundamental debatida y legitimada por el pueblo, como sucede en
aquellos países de verdadera vocación democrática.
De esta forma, al no expresarse con meridiana claridad todos los 
candidatos respecto de las reformas que se proponen llevar a cabo,
ni menos definirnos cómo lo harían, cualquiera de los que aparecen
con más posibilidades de ser elegidos lo que nos auguran es un  estricto 
“más de lo mismo”. Es decir, a lo sumo reformas cosméticas que prolonguen
nuestra pavorosa desigualdad y un clima cada vez más tenso y
efectivamente peligroso para nuestra convivencia. Esto significa, que lo que
se vive hoy en La Araucanía, por ejemplo, pueda multiplicarse por 
todas las regiones. Cuando ya todos sabemos que la situación de la 
salud, de la previsión, el crecimiento del crimen organizado y hasta la 
corrupción de la política, empresarial, de los militares y los policías son
fenómenos indiscutibles y palpables cotidianamente. Los que nos 
amenazan con una grave explosión social y, por qué no, un  nuevo
quiebre institucional.
Si algo nos enseña la historia es que los cambios y las revoluciones las
hacen los pueblos oprimidos cuando se organizan y se levantan para
ejercer un camino de lucha propio. No conocemos transformaciones que
nazcan de la buena voluntad de los gobernantes o de los mismos 
sectores que viven en la opulencia. Nuestra condición humana nos obliga
a luchar por la justicia social, ojalá que codo a codo con aquellos líderes 
más lúcidos y que están dispuestos incluso a inmolarse por amor a sus 
convicciones y comprometidos con la redención de los más pobres,
abusados y discriminados. Como ha ocurrido con tantos de nuestros
héroes y mártires.
Desde la emancipación de nuestras naciones hasta las revoluciones 
modernas constituyen una suma de guerras, conflictos fratricidas que 
siempre traen muchas víctimas y dolor antes de salir del túnel. El propio
Pinochet fue forzado a irse no por “un lápiz y un papel” como algunos 
hipócritas lo aseguran, sino por la protesta social, las barricadas y hasta
por ese atentado frustrado que lo atemorizó en extremo, como 
también a los Estados Unidos por lo que podría suceder en Chile si no 
forzaba luego al Dictador a pactar el abandono formal del poder… Sí; el 
abandono formal, porque ya sabemos que siguió cogobernando en 
nuestro país, aunque instalado en el Ejército y en el Senado. Y 
ahora, hasta después de muerto, lo sigue haciendo a través de su leyes,
sistema económico y las impunidades por todos conocidas.
Desde luego que el hipotético triunfo de Piñera sería un obstáculo, un 
peligro, para los cambios que el país quiere, aunque el futuro 
morador de La Moneda se imponga en las elecciones próximas solo 
dentro de la minoría que ejerce su derecho a voto, cuanto por los
millonarios recursos de la propaganda electoral y las múltiples formas de
cohecho que se mantienen estas competencias. No hay duda es que el
candidato que puntea en las encuestas es “un mal conocido” a 
diferencia, posiblemente, de “otros por conocer”, y que podrían provocar 
que el país volviera a ilusionarse y decepcionarse con los que, 
prometiendo los cambios que después no quieren o no pueden realizar, 
solo logran retrasar la ineludible movilización social de todo proceso de 
redención popular.
No tenemos duda que un triunfo de Piñera podría agudizar las fuertes
tensiones que ya se expresan en nuestra sociedad. Quizás en ello
radique justamente su “peligro” o más bien la zozobra de quienes, a esta 
altura, solo hacen gala de una gran candidez o de una “cómplice 
pasividad”, en cuanto a que la justicia social y los derechos conculcados
podrían lograrse con los mismos integrantes de nuestras cúpulas
políticas y referentes partidistas.
(Tomado de DiarioUChile)