The New York Times | OPINIÓN | COMENTARIO >> El coqueteo de Piñera con la extrema derecha | Por SYLVIA COLOMBO 13 de diciembre de 2017


    El candidato a la presidencia de Chile Sebastián Piñera celebra el final de la primera vuelta el 19 de 
     noviembre.    Martin Bernetti/Agence France-Presse/Getty Images

Sebastián Piñera pensaba que sería sencillo reelegirse en las elecciones presidenciales de Chile. Las encuestas le daban la ventaja en la primera vuelta y anunciaban una victoria sin sobresaltos en la segunda vuelta del próximo domingo.
Por esa razón, en su campaña electoral se presentó como un candidato menos conservador y más moderado de lo que suele ser: más al centro que a la centroderecha. La idea era obtener la mayor cantidad de votos que había dejado el derrumbe de Nueva Mayoría —la alianza oficialista de centroizquierda—, diluida entre dos candidaturas, las del independiente Alejandro Guillier y la de Carolina Goic, de la democracia cristiana.
El bloque oficialista enfrentaba también el surgimiento de una nueva alternativa de izquierda, en oposición a Bachelet: el Frente Amplio, que surgió del movimiento que lideró las protestas estudiantiles de 2011.
Las cosas, sin embargo, no salieron de acuerdo con el guion. En la votación del 19 de noviembre —en la que menos del 50 por ciento de los 14 millones de chilenos inscritos en el padrón electoral asistió a las urnas—, Piñera no obtuvo el prometido 45 por ciento de las encuestas, sino un 36 por ciento.
Guillier, antiguo periodista y senador por Antofagasta, había empezado bien su campaña pero muy pronto se estancó. Alcanzó solo lo justo para pasar a la segunda vuelta: el 22,7 por ciento. Nadie creía que llegaría muy lejos, pero ha recibido una gran cantidad de apoyo que lo tiene en un empate técnico con Piñera.El expresidente y candidato tampoco esperaba lo que ocurrió en las siguientes semanas: Carolina Goic, el expresidente socialista Ricardo Lagos y Beatriz Sánchez —la candidata sensación del Frente Amplio, que obtuvo un sorpresivo 20,2 por ciento de los votos—, anunciaron su respaldo a Alejandro Guillier, su opositor.
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El candidato de Chile Vamos y expresidente Sebastián Piñera, a la izquierda, y el candidato de Nueva Mayoría Alejandro Guillier al inicio de un debate televisado el 11 de diciembre CreditEsteban Felix/Associated Press
Según las encuestas recientes, si Piñera gana el domingo será solo por un margen pequeño. Esto se debe no solo al peso simbólico de los apoyos de Guillier, sino también a los errores del propio Piñera.
Primero, como había girado al centro, dejó el flanco derecho desguarnecido. Poco después del 19 de noviembre se acercó a los derechistas purasangre. Uno de ellos es el populista Manuel José Ossandón, quien tiene una base electoral muy fiel en el conurbano santiaguino.
Ossandón ofreció su apoyo a Piñera, pero pidió que incorporara en su programa de gobierno algunos de los temas centrales de su agenda. Ossandón defiende la gratuidad en la enseñanza superior y propuso en su campaña mejorar el sistema de pensiones (su partidario promedio es de bajos ingresos). Estos son temas sensibles que entran en conflicto con el programa original de Piñera y no hay garantías de que el elector de Ossandón lo escuche y vote por el expresidente. Las primarias dejaron claro que en los reductos donde Ossandón es muy popular, Piñera no lo es.
El expresidente se acercó también al pinochetista José Antonio Kast, otro candidato que fue un fenómeno inédito en estas elecciones. Kast se opone al aborto y al matrimonio igualitario; es defensor de represores del régimen militar, y quiere rescatar “las cosas buenas de la dictadura de Pinochet”. Con ese discurso casi medieval y ultracatólico, Kast obtuvo el 7,9 por ciento en la primera vuelta, una cifra mágica para Piñera, si quiere ganar.
Kast es el ultraderechista perfecto. Celebra la dictadura y hasta Piñera le parece demasiado blandengue. En el pasado dijo abiertamente que la primera gestión de Piñera había sido tan mala que el resultado fue entregar el país de vuelta a la izquierda: “El legado de Sebastián Piñera fue Michelle Bachelet”. También dijo que si Pinochet “estuviera vivo, votaría por mí”.
Además de las banderas mencionadas arriba, lo que más le causa problemas a Piñera es que las posturas de Kast se enfrentan con algunos puntos defendidos por Ossandón: no cree en la enseñanza gratuita y prefiere un sistema de jubilaciones financiado por el contribuyente en el que el Estado aporte solo una ayuda a las familias más necesitadas.
Para Piñera acercarse a Ossandón y Kast podría ser un movimiento arriesgado. Pese a que ambos son de derecha, no parecen alinearse de ninguna manera. Además, Kast es el tipo de candidato que puede hacer que un elector más moderado de Piñera se asuste y cambie de lado o decida, como hacen tantos electores en Chile, no ir a votar.
Después de la primera vuelta, al hablar del apoyo de Kast, Piñera dijo que no le preocupaba estar asociado con alguien que reivindica el pinochetismo, pues “el gobierno militar terminó hace ya treinta años”. En cuanto al aborto, Piñera gambeteó la pregunta de qué hará con él. No podrá hacer lo que quiere Kast —derogar la recién aprobada ley que lo legaliza en casos de malformación del feto, riesgo de vida a la madre y violación—. Pero advirtió que podría “introducir cambios a la ley”. Sin decirlo directamente, lo que Piñera sugiere es “proteger el embarazo vulnerable para que la mujer pueda optar mejor”, esto es: convencerla de no abortar.
Es posible que la fórmula armada por Piñera para la segunda vuelta funcione. Si el empresario gana, tendrá que hacer concesiones a estos dos aliados y deberá calibrar cada paso con mucho cuidado, porque podría tener lo peor de los dos mundos: un populismo de derechas, influido por Ossandón, combinado con los valores retrógrados y el impulso a la línea dura de Kast. Esta mezcla podría convertir a Chile en un país aún más intolerante hacia los inmigrantes —que han llegado en gran número (especialmente desde Venezuela y Haití)— de lo que ya es. También podría significar un importante retroceso de los derechos esenciales de las mujeres y de las minorías y clausurar la posibilidad de debatir la legalización de las drogas, que podría disminuir la violencia del narcotráfico.
Y si Piñera decide no conceder demasiado, Ossandón y Kast le meterán palos en la rueda cuando tenga que negociar con una oposición que está, al menos ahora, unida. En cualquiera de los dos escenarios, Chile pagará el precio de que su nuevo presidente haya abrazado a dos políticos de la derecha dura.
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