ONCUBA | Hijos del maltrato | Julio Antonio Fernández Estrada 8 febrero 2017


Foto: Osbel Concepción.

El poder de los padres sobre sus hijos legítimos consanguíneos, sobre los adoptados y arrogados, se llamó en Roma antigua patria potestas y ha sobrevivido en el sistema de Derecho romano francés, también conocido como continental europeo, de gran difusión en América Latina, África y parte de Asia, como patria potestad.
La patria potestad original incluía entre las facultades de los pater familia o jefes de familia, el derecho de vida y muerte sobre sus hijos, el poder de venderlos y el de abandonarlos o exponerlos, como cuenta el Derecho Romano.
Todas estas posibilidades del pater fueron poco a poco limitándose. El derecho de vida y muerte terminó en tiempos de Constantino convertido en delito de parricidio del padre que quitara la vida a su hijo. También perdía la patria potestad sobre sus hijos varones el pater que los vendiera por tercera vez y jamás podía vender a una hija. El derecho de abandonar a los hijos quedó limitado por la emancipación inmediata del expuesto, lo que lo convertía en sui iuris y por lo tanto en persona no sujeta a potestad alguna.
Si dentro de la propia historia milenaria del Derecho Romano la patria potestas fue cada vez más una suma de responsabilidades que de derechos sobre los hijos, el Derecho actual se llena de deberes de protección, vigilancia, acompañamiento de los padres a sus descendientes.
Cuba es el paraíso de la infancia. Los niños y las niñas no tienen chupa chupas de última generación ni aparatos electrónicos por doquier, pero viven en un estado de libertad y protección, que ha pasado de ser un asunto del Estado a convertirse en una ganancia de la cultura nacional, en este caso un aporte básico y mayúsculo de la Revolución.
Por eso no podemos aceptar que las peores costumbres, hábitos horribles de dominación, se siembren y crezcan en la sociedad cubana. Hay madres y padres cubanos que pasan, en un pestañazo, del amor y el afecto desmesurado a la paliza y en ambos casos lo consideran parte de sus derechos como padres dueños de los hijos.
Los padres y las madres golpeadores con los que hemos convivido siempre, no son mayoría, pero son suficientes para herir el alma de la nación como si fueran tantos. He sido testigo en mi vida de golpizas de madres y padres a sus hijos en lugares públicos, jamás con la intervención de la policía ni de nadie más.
La cultura de la violencia doméstica contra niños y niñas se arropa con un lenguaje de explotación muy interesante. En un parque infantil se puede escuchar esta advertencia a un hijo temerario: “Si te caes y te das, te voy a meter encima del golpe”. Si un niño se defiende de su madre agresora comete dos pecados capitales en Cuba: levantarle la mano a la progenitora y cubrirse de sus golpes. “Bájame las manos”, manda la madre ante la esquiva del hijo. Otra frase común es esta: “Si sigues llorando te voy a dar duro para que llores de verdad”.
Los adultos se alteran y pierden la compostura, a los niños que se ofuscan les dan perretas, degradación del desespero infantil a una conducta animal.
La propuesta no es que dejemos a nuestros hijos pequeños decidir si se bañan o no, si van a la escuela o no, si son vacunados o no. La propuesta es acercarnos al Derecho desde el amor a lo que más nos importa. No se trata de darles a los hijos la mejor mochila y la peor sonrisa cada amanecer. No se trata de cuidar a los hijos como cosas, de disfrazarlos de lo que quisimos ser, ni de golpearlos por nuestras frustraciones más recónditas.
Espero que podamos desterrar la horrible moraleja que nos enseña que la letra con sangre entra y que los que aprenden por las malas son hijos del maltrato.