El mercado en el centro de la ciudad de Almere, el hogar holandés de inmigrantes de 153 nacionalidades
Ilvy Nijiokiktjien para The New York Times |
ROTTERDAM, Países Bajos — Como muchos musulmanes, Ahmed Aboutaleb se ha sentido molesto por el tono violento de la campaña electoral holandesa. Los candidatos de la extrema derecha han estado criticando el islam, y a menudo describen a los musulmanes como antisociales que no quieren integrarse a la cultura holandesa.
Para Aboutaleb es especialmente desagradable porque es el alcalde de Rotterdam y uno de los políticos más renombrados del país. No está solo: el portavoz del parlamento holandés es musulmán. En los Países Bajos también hay trabajadores sociales, periodistas, comediantes, empresarios y banqueros musulmanes.
“Hay una sensación de que, si hay demasiadas influencias culturales de otras partes del mundo, ¿qué significa eso para nuestra cultura y tradiciones holandesas?”, dijo Aboutaleb. Su ciudad, la segunda más grande de los Países Bajos, tiene de 15 a 20 por ciento de población musulmana y es hogar de inmigrantes de 174 países.
Las elecciones del miércoles serán el inicio de un año en el que se volverá a examinar la esencia política de Europa. La contienda holandesa, anterior a las de Francia, Alemania y quizá Italia, será la primera prueba del umbral de tolerancia de Europa, donde los partidos populistas han crecido con ataques a la Unión Europea y a la inmigración, y haciendo llamados nacionalistas a conservar las culturas locales.
El hecho de que tales llamados lleguen a oídos inquietos incluso en los Países Bajos, una nación que por generaciones ha presenciado sucesivas olas de inmigración musulmana, es un indicador notable del poder de las fuerzas contrarias a las instituciones. Los Países Bajos son ejemplo de una asimilación relativamente exitosa, en especial si se compara con otros países cercanos como Francia y Bélgica.
Aun así, en los Países Bajos, Geert Wilders, uno de los políticos europeos más estridentes contra los musulmanes, utilizó hace poco la palabra “escoria” para describir a algunos marroquíes. Se espera que su Partido de la Libertad sea uno de los tres más votados, con lo que desafiarían al gobierno de centro-derecha del primer ministro Mark Rutte.
A pesar de que existan barreras, muchos musulmanes —como Aboutaleb, de 55 años, quien llegó a este país desde un pueblo montañoso de Marruecos cuando era adolescente y no hablaba ni una sola palabra de holandés— dicen que el trabajo arduo es recompensado. Sin embargo, la historia de éxito extraordinario de Aboutaleb, y la sensación de que los Países Bajos le brindaron numerosas oportunidades, son características de otra generación.
No hay duda de que el prejuicio religioso está creciendo tanto como respuesta a la más reciente ola de inmigrantes musulmanes como al creciente temor al terrorismo en Europa. Ambos son hábilmente manipulados por los políticos, quienes promueven la idea de que ahora hay tantas personas que no son de raza blanca ni cristianas en los Países Bajos que las tradiciones holandesas se perderán o anularán.
Existe una semilla de verdad: cada vez hay más migrantes no occidentales o hijos de este tipo de migrantes en los Países Bajos, los cuales abarcan casi el diez por ciento de la población de un país de cerca de 17 millones de habitantes. No todos son musulmanes. También hay, por ejemplo, numerosos indios hindúes o budistas.
Las últimas cifras emitidas por la oficina central de estadística de los Países Bajos muestran un aumento neto de 56.000 inmigrantes en 2015 y 88.000 en 2016. Solamente de Siria llegaron 29.000 personas.
La cantidad de municipios con poblaciones de entre 10 y 25 por ciento de migrantes no occidentales se duplicó de 2002 a 2015, de acuerdo al Instituto de Investigación Social de los Países Bajos, una agencia gubernamental que estudia políticas sociales.
Una cantidad desproporcionada de crímenes es cometida por musulmanes jóvenes, en especial adolescentes y hombres jóvenes marroquíes, pero eso es cierto también sobre los inmigrantes de las Antillas neerlandesas en el Caribe.
Además hay muchos musulmanes de primera, segunda y tercera generación en los Países Bajos que desempeñan papeles importantes tanto en la vida pública como en la esfera privada.
“Wilders le habla a una parte de la sociedad holandesa que siente que su identidad está amenazada”, dice Fouad El Kanfaoui, un banquero de 28 años de ABN Amro en La Haya, musulmán marroquí de segunda generación. También trabaja como presidente de la Sociedad Ambiciosa en Red, una organización para jóvenes empresarios, emprendedores y artistas con antecedentes marroquíes.
“Las panaderías y los supermercados holandeses están cerrando”, dijo. “En lugar de la panadería de Hans, ahora está la panadería de Muhammad. Es difícil cuando las tradiciones cambian; cuando los afecta personalmente, es desafiante”.
Esas percepciones dan lugar a algunas yuxtaposiciones. Hace poco, el comediante holandés-marroquí Anuar Aoulad Abdelkrim almorzaba en una de las principales plazas en Utrecht cuando su conversación fue interrumpida por el ruido de un mitin del grupo de extrema derecha Pegida. Este grupo, fundado en Alemania, ahora tiene una división holandesa.
Abdelkrim sacudió la cabeza y señaló: “Después de 15 o 16 años en la comedia, me niego a presentarme en un programa de televisión y explicar por qué un hombre con barba hace algo que todos saben que está mal”, dijo, en referencia al terrorismo islámico.
“Todos vienen a mis espectáculos, de todas las religiones y de todos los colores, muchos ejecutivos”, contó. “A veces se acercan a mí cuando termino y me dicen: ‘Mira, soy un poco racista; no me caen bien mis vecinos, pero tú sí me agradas’”.
Así son las cosas en los Países Bajos hasta cierto punto, dice Abdelkrim. En su vecindario, donde hay una mezcla de inmigrantes y holandeses blancos, al principio había mucha resistencia en dar la bienvenida a las familias sirias refugiadas que el gobierno había colocado allí.
“La gente decía: ‘No, no, no. No tenemos nada que ver con ellos’. Pero ahora se dio un giro de 180 grados porque la gente se siente motivada a ayudar a los refugiados cuando conocen sus historias”, explicó.
Achraf Bouali, de 42 años, nacido en Marruecos, dejó un cargo diplomático para postularse al parlamento en estas elecciones en la plantilla de D66, el partido más importante de la izquierda holandesa.
Bouali cree que la actual política antimigratoria es producto de factores externos que han hecho eco en los Países Bajos: el terrorismo en Europa; la crisis financiera de 2008 que dejó a muchos holandeses con un sentimiento de pérdida de bienestar y seguridad y la reciente ola de inmigrantes que llegan a Europa desde regiones del Medio Oriente destruidas por la guerra.
Sin embargo, parte de lo que da esperanzas a políticos musulmanes como él es que en el pasado muchos inmigrantes musulmanes han logrado asimilarse con la sociedad holandesa.
“Hemos estado trabajando juntos en este país durante siglos para protegernos del agua, construyendo los diques”, dijo. “Al final, hay un pragmatismo y un espíritu de trabajar juntos para solucionar nuestros problemas… y sí que los hay”.
En los años noventa, decenas de miles de musulmanes llegaron desde Bosnia y muchos afganos llegaron durante la guerra civil en su país y el periodo talibán. Ambos grupos se han integrado bien.
Antes de ellos, grandes cantidades de inmigrantes indoholandeses llegaron en la década de 1940, provenientes de lo que entonces eran partes holandesas de Indonesia. Los marroquíes y los turcos llegaron en busca de trabajo en los sesenta y los setenta.
Ahora las políticas son menos hospitalarias, dijo Marianne Vorthoren, directora de Spior, un grupo que capacita a maestros para brindar educación sobre religión islámica en las escuelas holandesas.
Vorthoren, que se convirtió al islam y está casada con un doctor turco, dijo que en 2015 su organización reunió 174 informes de crímenes de odio contra musulmanes: más del triple de la cantidad registrada por el gobierno.
Dijo que el debate actual se ha enfocado demasiado en si los musulmanes están “suficientemente integrados” o “suficientemente asimilados”, mientras que las conversaciones importantes han sido relegadas.
“Cuando le dices a la gente que el problema es su identidad, que su problema es quiénes son, no dejas espacio para hablar de asuntos reales como el matrimonio forzado, la radicalización o la violencia doméstica”, señaló, en referencia a las críticas que algunos holandeses hacen sobre los musulmanes.
El modesto vecindario de Schilderswijk, en La Haya, que ha sido escenario de disturbios en el pasado, se ha convertido en sinónimo de la parte problemática de la ciudad para los medios de comunicación holandeses.
Jan Kok, un inspector de policía de carrera en La Haya, se ha convertido en una especie de funcionario cultural en jefe de las fuerzas policiales y trabaja con tres estaciones en la ciudad para mejorar las relaciones con los musulmanes.
Elaboró un curso obligatorio dirigido a los nuevos reclutas de la policía para enseñarles a trabajar con minorías, y otro curso destinado a quienes ya pertenecen a la policía.
Dijo que muchos de los hombres jóvenes migrantes “crecieron sin un padre, sin respeto por la policía, por las normas de los Países Bajos”.
Sin embargo, él es empático con su lucha. “Tienen un problema de identidad: ¿Soy holandés, soy marroquí o soy ambos?”, explica. “Todos necesitamos pertenecer a algún lugar —la iglesia, la mezquita— y la mayoría de ellos carecen de ello”.
“Y luego tenemos a Wilders y a Rutte, el primer ministro, que dice: ‘Si no les gusta, váyanse’, pero estos niños nacieron aquí”, Añadió. “¿A dónde van a ir?”.
En las afueras de Ámsterdam, un grupo de musulmanes jóvenes se reúne casi todas las noches en un centro comunitario llamado Hood, donde llegaron como adolescentes y ahora trabajan como mentores voluntarios para animar a los niños del vecindario a no meterse en problemas.
La mayoría de estos jóvenes encontraron trabajo después de la preparatoria, pero solo después de intensas búsquedas. Dijeron sentirse atrapados porque, aunque quisieran estudiar para ser abogados o doctores, o conseguir algún posgrado, no podrían pagarlo.
“Muchas personas en este vecindario deben trabajar para ayudar a sus familias, así que no pueden quedarse en la escuela”, dijo Zaid Belmahdi, de 19 años, que obtuvo su primera entrevista de trabajo después de haber enviado 131 solicitudes.
Yassir Aknin, de 21 años, está capacitado en tecnología de la información, pero dijo que 9 de cada 10 empleadores potenciales ni siquiera lo entrevistaran por su nombre musulmán.
“Tienes que aprender a vivir con ello, tienes que ser fuerte”, dijo, mientras sus amigos alrededor de la mesa asentían. “Pero otros chicos no tienen esto; les pasa dos veces, se deprimen y dejan de intentarlo”.