The New York Times | COMENTARIO > Los puntos ciegos de la política exterior de Trump | Por JAVIER CORRALES 30 marzo 2017


La retórica nacionalista de Donald Trump podría convertir la simpatía de muchos en América Latina hacia Estados Unidos en recelo. CreditDamon Winter/The New York Times


AMHERST, Massachusetts — Puede que no sea preciso hablar del “presupuesto flaco” de Donald Trump porque, al menos en materia de política exterior, lo que en realidad nos está dando es un nacionalismo gordo. Los que más ganan son los militares, el departamento de seguridad nacional y, por supuesto, el muro. El mayor perdedor es el Departamento de Estado y, por lo tanto, la diplomacia. El presidente trata de intimidar más y negociar menos. Este es el sello distintivo del nacionalismo xenófobo.
Trump también está mezclando el nacionalismo xenófobo con el proteccionismo. Aún no sabemos qué tan proteccionista quiera ser el gobierno de Trump. Sin embargo, en relación con América Latina, incluso antes de revelar su presupuesto, Trump ya había mostrado una clara preferencia por el proteccionismo.
Se alejó del Acuerdo Transpacífico, que se trataba tanto del comercio de Estados Unidos con las economías emergentes del Pacífico de América Latina como del comercio con Asia. Ha destrozado el TLCAN, un acuerdo comercial que simboliza más la reconciliación entre Estados Unidos y México que un cambio en la fortuna económica de Estados Unidos. Su gobierno ha expresado reservas acerca de la normalización del comercio con Cuba y del acuerdo de paz en Colombia, un país con el que Estados Unidos tiene un importante acuerdo comercial y un historial de cooperación.
El problema del proteccionismo nacionalista es que, como ideología, es propenso a una doble ceguera: es ciego a sus exageraciones y a sus consecuencias.
Los nacionalistas xenófobos exageran la forma en que el mundo exterior se aprovecha de su país. Los chinos están manipulando su moneda, los mexicanos les están quitando empleos, los aliados militares europeos no pagan lo que deberían pagar y el resto del mundo se está portando mal porque no siente suficiente miedo. Además, todo esto sucede “mientras estamos aquí sentados como un puñado de títeres”, tuiteó Trump.
Por lo tanto, los nacionalistas exageran tanto las ganancias relativas que otros obtienen a sus expensas como los costos relativos en que incurren sus propios países. No pueden entender el concepto de ganancia mutua –solo ven abuso.
Los nacionalistas no se oponen a todos los países. Todos tienen países favoritos que reciben favores poco usuales y a veces secretos. En la administración de Trump, al parecer Rusia se ha ganado el título de favorito.

El bravucón nacionalista produce reacciones nacionalistas. Su contraparte se vuelve más desconfiado.

No obstante, para el resto del mundo, la respuesta de los nacionalistas xenófobos es cuestionar todo y ser represivos. Aumentan sus fuerzas armadas. Hacen menos importaciones. Exigen más de sus socios. Invierten menos en diplomacia y, desde luego, asistencia exterior.
Aquí es donde aparece el segundo punto ciego. Los nacionalistas xenófobos no ven que su respuesta, paradójicamente, conduce al mismo resultado que desean atenuar. El bravucón nacionalista produce reacciones nacionalistas. Su contraparte se vuelve más desconfiado. Los nacionalistas xenófobos tienen dificultades para ver que otros responderán del mismo modo.
Lo decepcionante del proteccionismo nacionalista en relación con América Latina es que llegó en un momento en que la región se estaba acercando a Estados Unidos. Desde la Cumbre de las Américas de 1994, América Latina no había estado tan interesada en profundizar, en lugar de solo facilitar, las relaciones con Estados Unidos como en tiempos recientes.
Esto es un contraste con lo sucedido hace una década. En aquel entonces, los gobiernos antiimperialistas estaban en ascenso. Hoy, con la excepción de Nicaragua, los gobiernos antiimperialistas, alguna vez invencibles, tienen dificultades para ganar elecciones o han sido derrotados. El presidente Nicolás Maduro en Venezuela, posiblemente el líder más antiimperialista del continente americano después de Raúl Castro, se enfrenta a la mayor erosión de su poder blando en la historia.
La nueva política exterior de Trump para la región es ciega ante este notable clima político a favor de Estados Unidos en América Latina y sus causas. Hoy en día, la mayoría de los países miembros de la Organización de los Estados Americanos tienen gobiernos que están a favor de Estados Unidos y del comercio. Además, las encuestas sugieren que no solo los gobiernos tienen actitudes favorables hacia Estados Unidos, sino también la mayoría de los ciudadanos, con la excepción de Argentina.
De acuerdo con un estudio de 2013 realizado por los politólogos Andy Baker y David Cupery, los dos factores que más contribuyen a generar actitudes pro-Estados Unidos en la región son el volumen de intercambio comercial con Estados Unidos y la cantidad de migrantes enviados a ese país. El proteccionismo nacionalista de Trump, que pretende reducir el comercio y la migración, no hará que el país tenga nuevos amigos.
Las fuerzas políticas antiimperialistas de la izquierda y los nacionalistas económicos de la derecha se harán más fuertes electoralmente. Los gobiernos que estén a favor del comercio se sentirán abandonados y, con el tiempo, podrían perder interés en promover el comercio. Como dijo el ministro de Economía de México en respuesta a los desafíos que Estados Unidos le ha marcado al TLCAN, México tiene un “Plan B” e implica “imponer un impuesto a las importaciones estadounidenses”.
Otro plan de respaldo podría ser reforzar los lazos con China. Poco después de la elección de Trump, China prometió impulsar el comercio y la inversión en América Latina. Probablemente no fue una coincidencia. China sabe que cuando Estados Unidos retrocede económicamente, ella gana al llenar el vacío.
A pesar de lo que se intuye, una reacción nacionalista en América Latina también disuadirá a los países. Tendemos a pensar que el nacionalismo, sobre todo en las sociedades postcoloniales, actúa como una fuerza unificadora, que agrupa a la nación con un efecto mediante el que se reduce la crítica a las políticas gubernamentales. Pero ahora sabemos que, en las sociedades modernas, diversificadas y globalizadas, el nacionalismo en ascenso atrae una gran cantidad de dinero en el ámbito nacional; algunos grupos se sienten orgullosos del chovinismo mientras los demás se avergüenzan.
Esta polarización plantea problemas e inestabilidad. El proteccionismo nacionalista del presidente Trump podría provocar una pérdida de gobernabilidad no solo en Estados Unidos, sino también en toda América Latina.
La relación entre Estados Unidos y América Latina ha sido siempre complicada. Después de admirar las instituciones políticas del país y copiar muchas de ellas en sus constituciones, en la década de 1840, los latinoamericanos se volvieron recelosos porque Estados Unidos tiende a tomar más de lo que da a cambio.
Hasta el día de hoy, una minoría de latinoamericanos siguen siendo antiestadounidenses. Su actitud es ideológica –no hay nada que ese país pueda hacer para cambiar su aversión–. Sin embargo, para el resto de América Latina la actitud no es ideológica, sino transaccional. Al tratar con Estados Unidos, estas mayorías responden a la reciprocidad. Cuando perciben que Estados Unidos los trata de manera justa y equitativa —como un socio con intereses comunes más que como un jefe desapegado o desconfiado— responden de igual manera.
La nueva política exterior de Estados Unidos, con su proteccionismo xenófobo apropiadamente simbolizado en el muro prometido por Trump, podría convertir a estos simpatizantes en opositores. Cuando se aplique, esta nueva política exterior provocará una polarización nacionalista. Eso está claro. Puede que Trump no lo vea, pero es evidente como un grafiti en el muro – su muro.
Volver al artículo principalComparte esta página