Algunas de las partes más importantes de nuestra economía moderna no las podemos ver, pero sí escuchar.
Eso es lo que concluyó un economista peruano mientras caminaba por las idílicas plantaciones de arroz en Bali, Indonesia, en 1990.
Al pasar por una granja un perro comenzaba a ladrarle. Luego, a medida que seguía caminando, el primer animal dejaba de ladrar y empezaba a ladrar otro.
El límite entre una granja y la otra era invisible para él pero los perros sabían exactamente dónde estaba.
El nombre del economista es Hernando de Soto. Volvió a la capital indonesia, Yakarta, y se reunió con ministros del gobierno para discutir la creación de un registro formal de derechos de propiedad.
Como broma les dijo a los funcionarios que ya contaban con toda la información que necesitaban: solo le tenían que preguntar a los perros de Bali quién era dueño de qué.
Hernando de Soto es muy famoso en el mundo de la economía de desarrollo. Su enérgica oposición al grupo guerrillero maoísta Sendero Luminoso lo convirtió en blanco de ese grupo tres veces.
Su gran objetivo es lograr que el sistema legal pueda ver lo mismo que los perros de Bali.
Pero nos estamos adelantando. El gobierno indonesio estaba tratando deformalizar los registros de propiedad, pero otros han intentado abolirlos.
En la China de los años 70, por ejemplo, donde los maoístas no eran los rebeldes sino el gobierno, el concepto de que alguien podía ser dueño de algo era considerado un pensamiento sedicioso y burgués.
Los funcionarios del partido comunista les decían a los granjeros en granjas colectivas que no eran dueños de nada. Todo le pertenecía al colectivo.
"¿Y qué hay con los dientes que están en mi boca?", preguntó un granjero. "No", le respondió un funcionario. "Incluso tus dientes le pertenecen al colectivo".
Este abordaje funcionó pésimamente: si no eres dueño de nada, ¿por qué molestarte en cuidarlo?
Evitar el dolor de muelas es un incentivo para lavarte los dientes. Pero la posesión colectiva de tierras dejó a los granjeros en una situación de pobreza desesperante.
Fue así que en Xiaogang, en 1978, un grupo de granjeros se reunió en secreto y acordó un atrevido plan: en vez de cultivar de forma colectiva dividirían la tierra de manera informal y cada uno se podría quedar con el excedente de su cosecha, una vez que alcanzaran las cuotas colectivas.
A los ojos comunistas se trataba de un acuerdo traicionero y si los descubrían podrían haber sido ejecutados. Y, efectivamente, fueron descubiertos. ¿Qué los delató? Fueron sospechosamente exitosos: sus granjas produjeron más en un año de lo que habían cosechado en los cinco años anteriores combinados.
Pero tuvieron suerte. Para entonces China tenía un nuevo líder: Deng Xiaoping. Y Deng dejó trascender que apoyaba este tipo de experimento.
1978 fue el año en que China comenzó su veloz transformación de la pobreza absoluta a ser la economía más grande del planeta.
La experiencia china demuestra que incluso los derechos de propiedad informales pueden tener un poder enorme. Si sabes que tus vecinos respetarán tus límites puedes quedarte tranquilo e invertir tu tiempo desmalezando tu plantación o construyendo una casa.
Hay una sola contra de que sólo mis vecinos estén de acuerdo en que yo soy dueño de un terreno: si quiero pedir un préstamo -ya sea para mejorar mi casa o construir una empresa- los prestamistas querrán una garantía.
Y las casas y terrenos son una excelente forma de garantía porque tienden a aumentar de valor con el tiempo y son difíciles de esconder de nuestros acreedores.
Pero el prestamista se tiene que sentir confiado de que podrá quitarme la casa si no pago mi préstamo. Por ello necesito comprobar que la casa es mía. Eso requiere una red invisible de información que el sistema legal y bancario puede aprovechar.
Para Hernando de Soto, esta red invisible es lo que marca la diferencia entre tener una casa como un activo -un bien útil que me pertenece- o tenerla como capital: un bien reconocido por el sistema financiero.
En países pobres hay muchos bienes que se tienen de manera informal. De Soto los llama "capital muerto" porque no sirven para obtener un préstamo.
Según sus cálculos, a comienzos del siglo XXI había casi US$10 billones de "capital muerto" en el mundo en desarrollo: más de US$4000 por persona.
Otros expertos creen que esa es una sobreestimación y la cifra real ronda los US$3 o 4 billones. De todas formas es una cifra enorme.
Pero ¿cómo se convierte un bien en capital? ¿Cómo se visibiliza esa red invisible? Requiere de un gobierno.
Una de las pocas cosas sobre las que están de acuerdo prácticamente todos los políticos de todas las tendencias -bueno, quizás no los maoístas- es que una de las tareas fundamentales de un gobierno es garantizar los derechos a la propiedad.
Y para los gobiernos no es solo una medida altruista para facilitar el acceso a una hipoteca. Cuando sabes quién es dueño de la tierra le puedes cobrar impuestos.
Quizás el primer registro de propiedad moderno fue el de la Francia napoleónica, donde Napoleón Bonaparte necesitaba financiar sus incesantes guerras.
Decretó que todas las propiedades francesas fueran cuidadosamente identificadas en un mapa y sus dueños inscritos en un registro.
Este mapa de propiedades se llama un catastro y Napoleón proclamó orgullosamente que "un buen catastro de las parcelas será un complemento de mi código civil".
Luego de conquistar Suiza, los Países Bajos y Bélgica, Napoleón también introdujo allí los mapas catastrales.
A mediados de 1800 el concepto del registro de propiedad comenzó a utilizarse por todo el Imperio británico: el gobierno trazó mapas y adjudicó títulos de propiedad.
Claro que en ese momento a ningún poderoso le interesó demasiado que los indígenas tenían su propio reclamo sobre esa tierra.
El proceso no siempre se da de arriba para abajo. En Estados Unidos se implementó de abajo para arriba: luego de décadas de tratar a los ocupantes ilegales como criminales, el Estado los empezó a ver como osados pioneros.
El gobierno estadounidense se propuso formalizar los reclamos informales de propiedad usando la ley de opción de compra prioritaria de 1841 y la ley de propiedad ocupada de 1862.
Una vez más, los derechos de los pueblos originarios que habían vivido allí por miles de años no fueron tomados en cuenta.
No fue muy justo pero sí muy rentable. Al convertir una toma de tierras en un derecho propietario reconocido por ley estos registros catastrales desbloquearon décadas de inversiones y mejoras.
Y algunos economistas -el más prominente siendo Hernando de Soto mismo- sostienen que una buena manera de crear registros de propiedad en países en desarrollo hoy es usar ese mismo proceso de abajo para arriba, reconociendo los derechos de los ocupantes ilegales y registrándolos en modernas bases de datos.
Pero ¿realmente desbloquean estos registros lo que De Soto llama el "capital muerto"?
Aparentemente sí es posible: en Ghana, por ejemplo, los granjeros con títulos de propiedad a su nombre invirtieron más en su tierra. Pero la respuesta, por supuesto, es: "depende".
Depende de que haya un sistema bancario capaz de hacer préstamos y una economía que amerite pedir dinero para invertir.
Y depende de cuán bien funciona el registro de propiedad. De Soto halló que en las Filipinas registrar legalmente una propiedad requiere de 168 procesos, 53 agencias y una lista de espera de 13 a 25 años.
Con obstáculos como estos incluso propiedades registradas formalmente vuelven a ser informales: la próxima vez que la propiedad es vendida tanto el vendedor como el comprador acuerdan que formalizar el acuerdo es demasiado complicado.
Pero si se hace bien, los resultados pueden ser impresionantes. El Banco Mundial encontró que más allá de los ingresos y el crecimiento económico de un país, aquellas naciones con sistemas catastrales más sencillos y rápidos también tenían menos corrupción, menos mercados grises, más crédito y más inversión privada.
A pesar de ello, el registro de propiedad no es algo a lo que se le preste demasiada atención. No es un tren bala o un reluciente aeropuerto nuevo. No está de moda. Es un pedazo invisible de infraestructura.
Pero sin esa pieza las economías desarrolladas dependerían de los perros.
(El libro más famoso de Hernando De Soto se llama "El misterio del capital".)
Este artículo es una adaptación de la serie de la BBC "50 cosas que hicieron la economía moderna". Abajo encontrarás otros episodios de la serie.
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