EL PAÍS | CULTURA > “A mis musas les habían salido varices”. Tras siete años de silencio discográfico Joaquín Sabina presenta 'Lo niego todo', su nuevo álbum producido por Leiva | FERNANDO NAVARRO 17 febrero 2017



Joaquín Sabina, en una imagen de archivo.

Sentado en un taburete, Joaquín Sabina dice que Lo niego todo, su nuevo disco, se grabó en Cádiz en un “clima raro, con mucho entusiasmo e intensidad”. Reconoce que había estado bastante seco en todo lo que tiene que ver con la composición, después de siete años desde que publicó su anterior trabajo, Vinagre y rosas. “A mis musas les habían salido varices y les olía el aliento”, reconoce con su habitual socarronería. Pero ahora está presentando en las oficinas de su discográfica su decimoctavo álbum de estudio, un trabajo al que su propio autor le reconoce el gran mérito de dos compañeros: Leiva, productor del disco, y Benjamín Prado, que le ayudó en las letras. Ellos le dieron el aliento que necesitaba para entusiasmarse con una nueva obra.
Lo niego todo es Sabina al cien por cien. Un álbum de 12 canciones repleto de referencias autobiográficas (al menos de su propia obra) camufladas en la ironía y la distancia con su leyenda en vida. El single de adelanto es el mejor ejemplo al respecto, con esa letra que combate su propio mito, pero no es la única. El disco deja ver, y oír con esa voz ronca, a un Sabina en el otoño de su vida, casi anciano, o “abuelito”, como canta en Churumbelas, un corte rumbero, que recuerda mucho al sonido y la producción de 19 días y 500 noches, dedicado a “tres sultanas de Lavapiés”, con ese aire callejero tan característico del autor de Pongamos que hablo de Madrid. No es el único corte que recuerda a más cosas de Sabina, por momentos como basándose en sí mismo más de lo deseable.
Hay varias referencias a la muerte –incluso se refiere a ella al comentar su disco y citar los fallecimientos de Javier Krahe, David Bowie, Leonard Cohen o Prince-, pero también a recuerdos pasados, señalados en rojo, que definen una vida. Es el caso de Leningrado, que rememora los años locos de una existencia, como un amor intenso y romántico, pero que el imparable paso del tiempo hace descarrilar. “Se nos ha muerto el sol en los tejados”, canta. “Porque la revolución tenía un talón de Aquiles al portador”, añade. O como en No tan deprisa, en la que canta: “Tú firmabas la paz, yo buscaba al desquite. Hubo un error de cálculo en ser nosotros dos”.
Pasado y presente entremezclados en imágenes potentes para radiografiar a un Sabina que ya ve la vida como un superviviente de todo, incluido de sí mismo, como indica en Las noches de domingo acaban mal, un interesante canto a las contradicciones existenciales. Así lo canta también en Lágrimas de mármol, tal vez una de las mejores composiciones del disco. “Superviviente, sí, ¡maldita sea! Si me tocó bailar con la más fea, viví para cantarlo”, reza el estribillo. “Sigo mordiendo manzanas amargas, pero el futuro es cada vez más breve y la resaca más larga”, confiesa.
Lágrimas de mármol es una de las canciones en las que más se nota la mano de Leiva. La producción del álbum es limpia y contundente, consiguiendo algo extraño: Sabina suena fresco y determinante cuando no para de hablar con un lenguaje decano. Es un tanto que el propio músico reconoce a Leiva. Y conviene señalarlo: el exmiembro de Pereza nunca pudo sacar el fabuloso disco –y desconocido para el público- que produjo a Johnny Cifuentes, alma mater de Burning, como un encuentro entre dos generaciones y visiones del rock nacional. Y ahora se desquita. Del chasco de aquella vez al logro de hoy. Bajo la producción de Leiva, que sustituye a Pancho Varona y Antonio García de Diego en la labor, el nuevo disco de Sabina, que vuelve a contar en los coros con Olga Román, suena enérgico, sin apenas medios tiempos, más allá del single que da título al trabajo y la balada final Por delicadeza, que incluye al propio Leiva como segunda voz y una armónica como protagonista.
Tal vez sea el Sabina más introspectivo hasta la fecha, aunque lo negará. O, como canta con chulería profunda en la canción inicial Quién más, quién menos, es ese tipo que tiene “un pie en el tango, otro en el ojalá… un pie en la tumba, otro en el nunca más”.