The New York Times | ¿Cuál debería ser la política exterior de Francia en América Latina? | Por GASPARD ESTRADA 8 de febrero de 2017


El presidente de Francia, François Hollande, y el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos en BogotáCreditFernando Vergara/Associated Press


PARÍS — Francia está de regreso en América Latina. O al menos, eso parece. Aunque la llegada de François Hollande a la presidencia no presagiaba mayores cambios, su presidencia terminó por imprimirle un giro a la orientación de la política exterior gala. Cinco años después se ha abierto una oportunidad histórica para que Francia recupere el ascendente que tuvo hace décadas en la región y se convierta en un importante socio económico, un actor político influyente y, sobre todo, una alternativa a los modelos que ofrecen Estados Unidos y China.
La llegada al poder de Donald Trump ha creado esa oportunidad. El millonario presidente, en su afán de cerrar fronteras y edificar muros, está contribuyendo a tender puentes entre Francia y América Latina, en un momento en que existe una voluntad presidencial para acercarse a esta región. Y Francia está en buena posición para reforzar a corto y largo plazo esos puentes, a menos que las encuestas se vuelvan a equivocar en mayo próximo y que los franceses elijan a Marine Le Pen, la candidata de la extrema derecha, como presidenta de Francia.
En su primer discurso en la “conferencia de los embajadores” (reunión anual que fija las prioridades de política exterior), a finales de agosto del 2012, el presidente francés apenas mencionó la palabra “América Latina” en una ocasión, para decir que “Francia pesará en el futuro del mundo reforzando sus lazos con los países emergentes, de América Latina, de Asia, de Oceanía, de África, y del Golfo Pérsico”. Es decir, la tradicional “negligencia benigna” de este país hacia la región parecía mantenerse.
Pero pocos meses después, varios presidentes de América Latina comenzaron a visitar al nuevo huésped del Palacio del Elíseo. Y Hollande, al contrario de Nicolas Sarkozy, decidió cruzar el Atlántico, con la voluntad de evidenciar un cambio de línea en la política exterior.
El viaje tenía tres grandes objetivos. Buscaba impulsar los negocios de las grandes empresas francesas, que están presentes desde hace tiempo en América Latina, pero que deseaban mejorar su acceso a los líderes públicos y privados. También lograr la adhesión de los países latinoamericanos a la conferencia de París sobre cambio climático (COP 21), efectuada en diciembre de 2015. Y, por último, afianzar la importante red educativa, de cooperación científica y cultural, que le ha permitido a Francia mantener su influencia a pesar de la lejanía política. La suma de estas acciones concretas traduciría este “acercamiento hacia América Latina”, como lo definió el exministro de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, en un discurso en la Universidad Externado de Bogotá. Así es como durante sus cinco años de gobierno, el presidente Hollande visitó Brasil, México, Cuba, Perú, Argentina, Uruguay y, más recientemente, Chile y Colombia, realzando el diálogo político al más alto nivel entre Francia y América Latina.
En Cuba y Colombia, el jefe de Estado francés, asesorado por el expresidente del senado, Jean-Pierre Bel, decidió mostrar su apoyo al proceso de transición del régimen cubano, así como al acuerdo de paz firmado entre el gobierno colombiano y las Farc, para subrayar la presencia francesa en el debate político regional. Aunque el voluntarismo de Hollande tuvo repercusiones importantes, el tradicional desinterés de la alta jerarquía del Quai d’Orsay, sede de la cancillería, hacia los temas latinoamericanos se mantuvo.
El espacio dado a América Latina en la política exterior francesa ha sido tradicionalmente reducido, a pesar de la evidente cercanía histórica, cultural y lingüística. La actuación de la cancillería podría explicarse por la inexistencia de guerras en la región, al tiempo que Francia, al ser miembro permanente del consejo de seguridad de las Naciones Unidas, pone sus esfuerzos diplomáticos en las regiones en crisis, como África o Medio Oriente. El ensimismamiento de América Latina en sus debates, y la existencia de una relación particular con Estados Unidos, disminuía la posibilidad de tomar iniciativas políticas de relevancia. A pesar del éxito de la COP 21 y del aumento del diálogo político de alto nivel, faltaba una bisagra política que le diera más tracción a esa iniciativa presidencial.
Esta bisagra apareció con la elección de Donald Trump. La posible derogación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte ha provocado una introspección en el seno de la élite política y económica mexicana, que hasta ahora había estado reticente a diversificar en los hechos la matriz económica del país. En el resto de América Latina, el proteccionismo defendido por la nueva administración norteamericana causa perplejidad, en particular en países que vivieron alternancias políticas recientemente y que esperaban restablecer una relación privilegiada con Estados Unidos para atraer capitales extranjeros.
Hoy en día, este espacio ya ha sido ocupado, en buena medida, por China. Se trata del primer socio comercial de países como Brasil, Perú o Chile y de la tercera fuente de inversiones extranjeras. Sin embargo, la llegada de productos chinos de bajo costo ha fragilizado la industria manufacturera de la región, generando críticas al respecto del modelo de desarrollo Made in China. La ausencia de crecimiento económico, que alimenta la polarización política y social, hace que este cambio de paradigmas abra posibilidades para Francia, ya sea a través de iniciativas bilaterales o a nivel de la Unión Europea.
¿Qué debería hacer el próximo gobierno francés? Antes que nada, mantener los activos de la política latinoamericana actual, empezando por el diálogo político directo de alto nivel y, al mismo tiempo, continuar agregando la densidad política y económica que falta.
Francia debería rechazar la construcción del muro entre México y Estados Unidos, y presentarse como una tercera vía entre Estados Unidos y China. Tendría que seguir presente en los grandes debates regionales, como la transición del régimen en Cuba, o el apoyo al proceso de paz en Colombia.
En el plano económico, podría encabezar una iniciativa en el seno de la Unión Europea para destrabar la firma de un tratado de libre comercio con Mercosur, completar la modernización de los acuerdos comerciales bilaterales ya existentes, y pensar en otras formas de asociación, para multiplicar las inversiones y el comercio. A través de estos actos, Francia podría recuperar una posición de liderazgo en el seno de la UE, y al mismo tiempo mutualizar con los demás países miembros de la Unión los costos inherentes a esta iniciativa.
En su tiempo, los presidentes Charles de Gaulle y François Mitterrand tomaron iniciativas políticas relevantes en la región, que a pesar de su importancia, perdieron impulso rápidamente. Hoy hay una nueva ventana de oportunidad. Esperemos que las iniciativas políticas de François Hollande no entren de la misma manera en el baúl de la historia, sea por desinterés o porque Marine Le Pen sea electa presidenta.