El pianista de jazz David Virelles Benjamin Norman para The New York Times |
Cuando los Premios Grammy eliminaron la categoría de mejor álbum de jazz latino hace seis años, se desató un alboroto de inmediato. Músicos y defensores argumentaron que el cambio interrumpió una fuente excepcional de reconocimiento institucional para un género que está en la periferia comercial. Por suerte, la academia escuchó estas protestas y la categoría regresó el siguiente año.
Desde entonces, la importancia de ese reconocimiento se ha vuelto aún más evidente: el jazz latino está experimentando una suerte de auge creativo, pues los músicos están diversificando su trabajo a una velocidad inusual. El género está produciendo la música improvisada más estimulante que hay en estos momentos.
Por eso es un poco decepcionante que las nominaciones de los Premios Grammy de este año no reflejaran totalmente esta evolución, pues en vez de eso se enfocaron en músicos mayores. Todos los nominados de la categoría de mejor álbum de jazz latino que se repartió el 12 de febrero tienen más de 60 años. Aunque han tenido carreras fabulosas —en especial el pianista Chucho Valdés (quien ganó el domingo), el bajista Andy González y el trombonista Wayne Wallace— cada una de esas grabaciones tiene un sonido que ahora se considera clásico.
Sin embargo, si miramos más allá de los nominados, encontraremos un panorama abundante de innovadores, especialmente entre los músicos cubanos. En particular, las grabaciones recientes de Pedrito Martínez, Alfredo Rodríguez y Arturo O’Farrill —todas lanzadas dentro del periodo de elegibilidad de los Grammy— ofrecen una perspectiva de cómo la fusión de ritmos afroamericanos y la improvisación de jazz ya no es el objetivo en sí, sino una invitación para integrar más cosas.
Por una parte, esta es una continuación del trabajo que Valdés estuvo haciendo hace 40 años con su banda de fusión latina, Irakere (que constituye el tema de su álbum más reciente Tribute to Irakere, que recién ganó el Grammy). Los músicos de hoy están transformando su misión para un mundo mucho más globalizado y diverso.
“De cierto modo, la tercera generación de estos músicos es brillante”, dijo Tomás Peña, un editor del sitio Latin Jazz Network, refiriéndose a los músicos que han madurado en el siglo XXI, dos generaciones después de las primeras fusiones de música afrocubana y jazz estadounidense. “Tienen su propio sonido, están escribiendo su propia música y su energía es muy fuerte”.
Peña agregó: “No se niegan a tocar R&B y pueden tocar jazz clásico o jazz latino. Además, tienen el talento y la inteligencia suficiente para llevar las cosas a otro nivel”.
Habana Dreams de Martínez es la grabación que se reconoce con mayor facilidad entre estas nuevas fusiones afrolatinas. En este disco, el virtuoso percusionista y vocalista nacido en la capital cubana colabora con el trompetista de jazz Wynton Marsalis, el vocalista de salsa Rubén Blades y el rapero cubano Telmary Díaz. El resultado es un álbum que combina el ritmo líquido de la rumba cubana con melodías suaves y románticas, además del bajo eléctrico sutilmente magnético de Álvaro Benavides. Es una nueva forma de pop latino que no hace concesiones y no deja que tu oído divague.
Martínez se presentó la semana del 6 de febrero en el Jazz Standard con Rodríguez, otro músico nacido en La Habana que muestra una ambición de gran alcance. El año pasado, Rodríguez lanzó Tocororo, un impresionante tercer álbum; en él, demuestra que toca el piano de manera meticulosa y vasta a través de una versión renovada y sincopada de Bach (“Jesús, alegría de los hombres”) o una colaboración espaciosa y oscilante con la vocalista indoestadounidense Ganavya (en la canción que comparte título con el álbum).
También está David Virelles, de 33 años, un pianista cubano cuyas inclinaciones son exuberantes. En su música incansablemente experimental, el folclore de los Abakuá y los Lucumí se vuelven una invitación para entrar a un espacio difusamente contemplativo.
Antenna, la grabación más reciente de Virelles, fue lanzada en vinilo a finales de 2016 con el fin de ser elegible para la premiación de los Grammy el domingo pasado. No obstante, con sus ritmos tradicionales distorsionados, música electrónica inquietante, rap cubano obstinado y rachas ocasionales de delirio improvisado, revela lo abierto que se está haciendo el mundo del jazz afrocubano.
O’Farrill es hijo del pionero del jazz latino Chico O’Farrill y director de la Afro-Latin Jazz Orchestra, que ganó el Grammy al mejor álbum de jazz latino en 2015 (fue un año sorprendentemente bueno para los nominados vanguardistas). O’Farrill hijo lanzó el incisivo álbum de sexteto Boss Level, condimentado con toques de improvisación vanguardista y una propulsión agresiva y apegada al rock.
Insinúa que el jazz latino está pasando por una oleada creativa en parte porque sus sistemas de herencia del género siguen siendo relativamente puros y libres. El jazz clásico a menudo se enseña en la academia, donde las prácticas pueden hacerse cifradas y recicladas, pero los estudiantes de música latinoamericana frecuentemente tienen que acercarse a la fuente. También están explorando otras influencias en sus vidas cotidianas y combinan todos esos elementos.
“Si de verdad quieren entender este tipo de música”, dijo O’Farrill, “la estudian y muy a menudo van a Cuba, donde se sientan con músicos de mayor edad para presionarlos hasta que les revelen sus secretos. De alguna manera, esa es una verdadera educación de jazz”.
En algunos casos no es necesario hacer un viaje al sur. El bajista Luques Curtis, de 33 años, hace poco lanzó junto con su hermano Zaccai Syzygy, un intenso álbum de fusiones de jazz que aprendió gracias a la enseñanza de mentores como Andy González (un nominado en la categoría de jazz latino de este año), mientras también estudiaba jazz clásico en un conservatorio.
Recientemente, los músicos que buscan orientación directa han tenido la sabiduría de recurrir al percusionista folclórico, cantante y poeta cubano Román Díaz, quien dirige el neoyorquino Midnight Rumba del Zinc Bar cada jueves.
En sus presentaciones con músicos más jóvenes como Martínez, Virelles y el extraordinario saxofonista Yosvany Terry, ha demostrado cómo la tradición folclórica puede encajar casi en cualquier rincón (la grabación reciente de Díaz L’ó Dá Fún Bàtá es una muestra maravillosa del ritmo y la canción folclóricos. Aunque quizá es demasiado tradicional para la categoría de jazz latino, debió haber recibido algún tipo de reconocimiento en los Premios Grammy de este año).
Cada semana en Zinc Bar, Díaz reúne a casi una decena de percusionistas, vocalistas y bailarines para tocar ritmos cubanos tradicionales. Pero, si te quedas el tiempo suficiente, puede que veas cómo también les da la bienvenida a otros músicos en el escenario… quizá un guitarrista de música blues, un violinista de jazz o un cantante de flamenco. Conforme los ritmos complejos se abren para incluirlos, los nuevos iniciados se encuentran con que encajan bien.
Incluso dentro de los dominios más rigurosos de la música afrolatina, otros sonidos e influencias pueden encontrar un hogar. La academia no siempre lo reconoce, pero en este momento no hay forma de ignorarlo.