Diario UChile | Carmen Hertz: “En Chile se busca que el olvido se imponga sobre la memoria” | Diario Uchile 10 marzo, 2017


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Entrevistada por el periodista Juan Pablo Cárdenas, la abogada de derechos humanos narra la historia de una generación. En las memorias recogidas en "La historia fue otra", se aproxima a la vida de un país en su época más oscura, la dictadura.

Carmen Hertz acaba de presentar su libro “La historia fue otra“. En el texto, la abogada se refiere especialmente sus vivencias durante la Dictadura y su trabajo con la Vicaría de la Solidaridad. En conversación con Juan Pablo Cárdenas, la autora narra la crónica de una época, de su generación, de los acontecimientos que les tocó vivir y de aquellas acciones colectivas en las que participaron, las que se inician tras la muerte de su marido, Carlos Berger, torturado y asesinado por la Caravana de la Muerte.
¿Cómo nace la idea de hacer esta autobiografía?
La idea nace de Melanie Jösch, la directora editorial de Random House y de mi amigo Camilo Marks. Con ellos tuve largas conversaciones, porque me resistía a la idea de escribir… Me daba pudor.
Entendí siempre que todos los acontecimientos en los que participé eran de carácter colectivo y así se escribió este libro: no es la historia de mi vida, porque eso no le interesa a nadie. A través de lo que cuento, soy un hilo conductor de una crónica de los acontecimientos que viví como parte de la generación de los sesenta. Nuestros anhelos; el arribo del gobierno de la Unidad Popular; la dictadura y la lucha por la verdad, justicia y memoria, hasta llegar a la transición. Todo eso está intercalado con mis propios acontecimientos.
¿Qué le dirías a las generaciones actuales del papel que cumplió esa iglesia con lo que después se ha sabido, con el descalabro que también los ataca?
En el libro intento dar cuenta del papel que jugó el cardenal Silva Henríquez y la Conferencia Episcopal del momento. Toda la base de la iglesia estaba muy influenciada por las encíclicas sociales y la Teología de la Liberación. Durante la época de la dictadura militar, el movimiento obrero fue potente en Chile, eso fue la causa del comportamiento solidario y resistente de la iglesia.
Todo es destacable: El valor y coraje de los párrocos locales, el departamento de zonas de la Vicaría, lo que hicieron para estimular el movimiento social en la época.
Ahora, sabemos lo que ocurrió después, el cambio ideológico impulsado por Juan Pablo II hace cambiar el carácter de nuestra Conferencia Episcopal. De a poco se transforma al corte conservador y, con los años, todo lo que ahora sabemos que ha ocurrido.
Pero, sin embargo, yo le tengo una gran lealtad a la Iglesia Católica, un gran reconocimiento por lo que hizo en Chile, porque no en todas partes fue así. Sin ir más lejos, en Argentina la Iglesia fue cómplice de la dictadura. Acá, por esa influencia y por la gente notable que conformaba la iglesia, se pudo levantar un proyecto de derechos humanos, de contención, de acogida a los perseguidos desde el seis de octubre del 73. Eso es imposible olvidar, tampoco corresponde hacerlo.
Respecto de lo que hoy pasa, tenemos una Conferencia y un Arzobispo conservador. También sabemos de escándalos y casos de pedofilia, pero ese es otro tema.
En el libro también abordas lo político. De manera elocuente se muestra la historia de diversos personajes como la de Carlos Berger, también así recorres su historia, el paso por el mirismo, el arribo al comunismo… no guardas rencores con el pasado, sino que siempre hablas de la esperanza. ¿Esto es producto de tu personalidad, o de una actitud hacia la política más bien distante?
Es una mezcla. Hay características de mi personalidad, de la infancia, donde se me entregó fortaleza y protección en mi hogar. También hay distancia, siempre he sido iconoclasta. El compromiso político en los sesenta era muy grande, pasé de la juventud liberal al MIR sin transición y, bueno, sé por qué, por eso lo explico: el MIR no era un grupo de loquetes, era una opción política que tenía fundamento, un debate global de la izquierda. Todos vivíamos en función de eso.
Ese tiempo lo viví con pasión, con compromiso, con convicción, después viene la transformación. El terminar en el PC tiene que ver con la influencia de haber estado muy cerca de la delegación de Vietman que vino a la asunción de Allende. Cuando paso al Partido Comunista, también fui iconoclasta, siempre fui por lo mío, no era la típica militante del partido. Después dejé de militar, pero en fuero interno sigo sintiéndome comunista. Me sigo entusiasmando. Hay elementos como el “Venceremos” que están en mi ADN.
Trabajaste en la Reforma Agraria, luego emigraste a Calama con tu marido, también fuiste diplomática en Hungría y Bosnia Herzegovina, pero lo más relevante es el trabajo como abogada de derechos humanos, entre ellas, en la causa contra el general Pinochet. ¿Qué sensación tuviste cuando Pinochet cae en manos de la justicia internacional y después es devuelto por intermediación de nuestro propio gobierno?
Ese día que es detenido en Londres, el 16 de octubre de 1998, yo estaba en Nueva York trabajando en la Cancillería. Me enteré porque mi hijo me llamó desde Barcelona. Vi las noticias con una alegría e impacto. ¿No lo podía creer!
Pero de inmediato se me produjo la contradicción inevitable, cuando el gobierno toma la decisión de desconocer la jurisprudencia universal en materia de violaciones sistemáticas y masivas a los derechos humanos. Eso hizo imposible que yo siguiera trabajando en la Cancillería: renuncié porque, además, era querellante de la causa contra él.
Con Pinochet preso en Londres, estallaron los pactos tácitos de impunidad sobre los cuales se concibió la transición. La fuerza de los poderes fácticos fue total: obligaron a un país que se vio beneficiado de la juridicción internacional durante la dictadura a que desconociera esto. Eso fue para todo el movimiento de DDHH y para una parte importante del país, algo muy impactante y decidor de lo que era la transición en el país.
Desde ese momento, los abogados apostamos por la acción de la justicia internacional. Hicimos todo lo posible para que Pinochet permaneciera en Londres. Si no es por el lobby que hizo el Gobierno, cuando presionan a Jack Straw para que desconozca la resolución de la Cámara de los Lores (que había dicho que Pinochet era extraditable), se hubiera tenido que quedar sine die en Europa.
Después, cuando viene en el avión de regreso, presentamos la petición de desafuero por los crímenes de la Caravana de la muerte y que tuvo su culminación en el desafuero histórico de Pinochet en 2001.
Por fuera del libro, hasta aquí, ¿qué sensación te queda de todo lo acontecido?, ¿vivimos en grados muy grandes de impunidad o avanzamos como país hacia la verdad y la justicia?
Ha sido un camino tan difícil. La verdad de los crímenes y de la política de exterminio no está suficientemente socializada, ni mucho menos. Hemos tenido episodios como el de los cuarenta años, donde hubo un estallido de memoria, pero no hay una política pública de memoria.
Entonces, por una parte, la verdad no se socializa como corresponde, se alcanzan dosis de justicia en cuatro décadas pero, por ejemplo, en el caso de los crímenes de Calama aún no tenemos fallo ni en primera instancia. En 2017 aún no lo tenemos… Es insólito.
Hoy los ministros investigan, pero han pasado cuarenta años, y cuando ha pasado ese tiempo, es denegación de justicia.
Tampoco hay una política activa en torno a la memoria. Cada tanto hay arremetidas de impunidad, la última fue la mascarada de la liturgia del perdón… ¡Fue perverso!, porque se puso a los familiares en la situación del por qué no perdonaban a “estos pobres viejitos que estaban en Punta Peuco”. No escuché a ningún parlamentario, salvo los comunistas, que se pronunciaran sobre lo que ocurría. Eso es indicativo. Eso fue una operación concertada de mucho tiempo.
Estas cosas se ven a cada rato. Son iniciativas que tienden a la impunidad, a que el olvido se imponga sobre la memoria. No lo han logrado del todo.
¿Cuál ha sido tu experiencia con tu hijo y nietas de la forma en que las nuevas generaciones ven la política?
Muy lejano. Germán, mi hijo, estuvo en un colegio muy especial, el Francisco Miranda, que era un protector de nuestros niños, pero viene de una generación que vivió frustraciones enormes: fueron universitarios en los noventas, que fue una década paralizante, donde todo estaba criminalizado.
Hoy, yo no veo que en los colegios se aborde el tema con seriedad, con rigurosidad, con una reconstrucción de la memoria colectiva. Al contrario, la memoria colectiva ha sido tan distorsionada, no es colectiva, es impuesta. Por ejemplo, se ha mentido sobre el gobierno de la UP; se han dicho cosas que no corresponden. No se ha reconocido el tremendo valor que tuvo el gobierno de Salvador Allende y las tareas modernizadoras reales que hizo. Tampoco se aborda por qué llegó al poder… no se explica que fue el momento culmine de muchas generaciones que trabajaron por democratizar el país.
Hay una falta de educación que no es casual, tiene que ver con las políticas públicas que se quieren impulsar.
Esto significa que se van aceptando mitos como la muerte heroica de Allende, pero sin hacer referencia a que su gobierno hizo mucho. Incluso, algunos de los que fueron sus colaboradores, hoy soslayan la participación que tuvieron en el gobierno. Sin embargo, hay algo esperanzador, sobre todo cuando se le pregunta al pueblo cuáles son los personajes más grandes de la historia, Allende sigue apareciendo junto a Neruda, la Mistral y otros…
Por supuesto, se trata de invisibilizar a Allende. No hay una reivindicación como corresponde. Él es el personaje con mayor dimensión universal que nunca ha tenido Chile. Allende está en el imaginario colectivo mundial, especialmente en el europeo.