BERLÍN — Se veía delgado en su impecable traje oscuro: una figura casi lupina, nerviosa e inesperadamente joven para ser un presidente de Rusia. Al poco tiempo de acercarse al atril que estaba debajo del domo del Reichstag restaurado, Vladimir Putin cambió de lengua rápidamente para hablar en alemán, con una fluidez que sorprendió a los legisladores y un mensaje a favor de Occidente que los tranquilizó. Se había terminado la Guerra Fría.
Corría el año 2001, unas semanas después de los atentados del 11 de septiembre, y Putin se comprometió a ser solidario con Estados Unidos al mismo tiempo que exponía el boceto de la visión que tenía para el destino de Rusia en Europa. Era el primer líder ruso que se dirigía al Parlamento alemán, y los legisladores saltaron de sus asientos para aplaudirle, mientras muchos diputados parecían maravillados de que pudiera hablar tan bien en su idioma.
Todos menos Angela Merkel, quien en aquel entonces era la líder relativamente inexperta de la oposición. Se unió a la ovación de pie, pero se dio la vuelta para decirle algo a un legislador que había crecido, igual que ella, en lo que fuera la Alemania comunista del Este. Sabía cómo fue que Putin se había vuelto tan bueno.
“Gracias a la Stasi”, dijo Merkel, para referirse a la policía secreta de Alemania oriental, con la que había trabajado Putin cuando era joven como oficial de la KGB en Dresde.
Ahora, vayamos 15 años adelante. Llegaremos a un mundo en el que parece haber un resurgimiento de la Guerra Fría y que ha visto todo un desfile de líderes europeos y estadounidenses que han intentado involucrarse con Rusia y han fallado; solo quedan Merkel y Putin. Su relación, y rivalidad, es un microcosmos de las visiones profundamente divergentes que chocan en Europa y más allá; una división que se ha vuelto más significativa debido a la incertidumbre que gira alrededor de la política del presidente Trump respecto a Rusia y si este ratificará las alianzas tradicionales de la política exterior de Estados Unidos.
Merkel, de 62 años, ahora es la líder indiscutible de Europa; agotada pero determinada, es la defensora imperturbable de una Unión Europea asediada y de los valores liberales de Occidente. Putin, de 64 años, ahora es el equivalente moderno de un zar ruso que quiere fracturar Europa y el orden liberal de Occidente. Ha permanecido más tiempo en el poder que George W. Bush y Barack Obama en Estados Unidos, y que Tony Blair, David Cameron, Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy en Europa. Sus equipos de hackeo financiados por el gobierno están acusados de ayudar a destruir el camino de Hillary Clinton a la Casa Blanca.
Ahora el destino de Europa está en peligro con las elecciones que habrá en Países Bajos, Francia, posiblemente en Italia y Alemania, donde Merkel busca su cuarto periodo como canciller. Aunque no está en ninguna papeleta electoral, Putin está presente en todas las contiendas como una figura en la sombra que inspira a los populistas furiosos de Europa, quienes adoptan los valores nacionalistas mientras Rusia también está bajo sospecha de estar involucrada, por medio de hackeos cibernéticos y la divulgación de noticias falsas. Si Merkel fracasa, significaría que Putin habrá superado a su último rival.
“La canciller Merkel es la guardiana más firme del concepto del Occidente liberal, el cual tiene 70 años. Esto la convierte en el objetivo número uno de Putin”, afirmó Strobe Talbott, quien fuera el asesor principal de la relación con Rusia del presidente Bill Clinton.
Las nuevas dinámicas geopolíticas se desplegarán cuando Merkel visite la Casa Blanca para su primera reunión con Trump. A su vez, Putin invitó a la canciller alemana para que visite Moscú en un futuro cercano. Es una partida de póquer con dos jugadores indescifrables que tienen una larga historia común, pero ahora hay un tercer participante nuevo que también es inescrutable.
En el año 2000, mientras Occidente se esforzaba por evaluar al nuevo líder de Rusia durante la conferencia de las élites en Davos, Suiza, una pregunta del pánel condensó el desconcierto: “¿Quién es Putin?”. Años después, Putin sigue siendo un enigma: a veces, se le representa como un macho caricaturesco con el torso desnudo; en otras ocasiones, como un maestro de la estrategia política, un Maquiavelo eslavo.
Sin embargo, la siguiente pregunta también es apropiada: “¿Quién es Merkel?”. Pragmática, sin ideología y precavida, Merkel también es inescudriñable. Su estatus de la mutti (o “madre”) de Alemania es el reflejo de las tendencias que tienen los medios de comunicación y la clase política del país, los cuales siguen dominados por hombres y aún no saben cómo categorizar a una mujer poderosa.
A lo largo de los años se han organizado varias reuniones y llamadas telefónicas entre Merkel y Putin, aunque nunca se produjo un momento de avance significativo o una asociación como la que forjó Margaret Thatcher, la dirigente de Gran Bretaña, con Mijaíl Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética. Si ellos ayudaron a sacar al mundo de la Guerra Fría, Putin y Merkel parecieran tener una relación atrapada en ese momento debido a sus distintas vivencias de Alemania del Este.
Merkel nunca ha sido una amiga ni tampoco una enemiga abierta, pero siempre ha buscado que Putin y Rusia den un paso hacia una relación centrada en reglas en lugar de emociones, un comité construido con base en intereses comunes claramente definidos, no en la química personal. En cambio, Putin siempre ha anhelado la presencia de un líder de Europa que sea transaccional, alguien que le brinde a Rusia una gran oferta y le garantice un lugar fijo, incluso privilegiado, en la mesa donde se toman las decisiones.
Antes de que Merkel asumiera el poder, Putin logró tener ese entendimiento con su predecesor, Gerhard Schröder. Ahora, uno de los herederos de Schröder, Martin Schulz, quien encabeza a los demócratas sociales de centroizquierda, es la mayor amenaza para Merkel. Si ellos regresan al poder, con su cálida aceptación de Rusia, sería un beneficio para Putin, quien también espera el surgimiento de un líder más amigable en Francia y Trump en Estados Unidos.
La relación Merkel-Putin está definida por la cautela y las sospechas mutuas, aunque también por el respeto. No obstante, a lo largo del camino se han desaprovechado oportunidades y hay juicios erróneos que ahora están culminando en un momento clave, ya que Merkel busca estar otro periodo, y la Rusia de Putin está acusada de querer boicotearla.
Moldeados por la Alemania del Este
El primer recuerdo político de Merkel data de cuando tenía 7 años y vivía en el pueblo de Templin en Alemania del Este, donde su padre era pastor luterano. El domingo 13 de agosto de 1961, las noticias anunciaron que los soviéticos habían empezado a construir un muro que dividiría a Berlín en este y oeste. Aquella mañana, la joven Angela observó cómo muchos de los parroquianos de su padre lloraban en la iglesia.
El momento más trascendental para ella llegó en noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín. Los largos años entre esos eventos históricos moldearon la figura política que sería Merkel: cautelosa y calculadora pero también idealista; aunque desconfía de Rusia, la encuentra tan fascinante que estudió literatura y cultura rusas, lo suficiente como para que su fluidez en esa lengua le mereciera un premio y viajara por toda la Unión Soviética.
Por crecer en Alemania del Este, en lo que ella describiría como una dictadura, Merkel se acostumbró a repetir una y otra vez perogrulladas soviéticas sin sentido o a escuchar los trillados decretos que se transmitían todos los días a través de la radio estatal. “Teníamos que lidiar con eso todo el tiempo”, recordó Merkel en una entrevista de 2009 con Der Spiegel. “Es un milagro que siquiera lo hayamos podido olvidar”.
Por esa razón no le lloran los ojos al hablar de los rusos, como sucede con algunos demócratas sociales que crecieron en la Alemania occidental y democrática, quienes recuerdan la reconciliación que con los soviéticos a partir de la Ostpolitik, una política diplomática de distensión que sucedió en la década de 1970. En Alemania del Este, la Stasi y la KGB administraban uno de los Estados espías más vastos del bloque socialista. Según Merkel, había mucha desconfianza y mediocridad; sin embargo, había pocas personas que creyeran que colapsaría el sistema.
“Y justo cuando casi nadie creía que fuera posible, sucedió”, relató en alguna ocasión.
Para Merkel, la lección sería que toma mucho tiempo resolver algunas cosas como el conflicto en Ucrania, y la paciencia es esencial. No obstante, para Putin, quien ahora está ansioso por socavar la cohesión de la Unión Europea, la lección podría ser que los sistemas políticos que parecen inexpugnables pueden volverse vulnerables de la noche a la mañana.
Nacido en 1952, Putin creció en un apartamento comunitario en los peligrosos barrios bajos de lo que alguna vez fue Leningrado, la ciudad que sobrevivió al asedio nazi y a la hambruna, la cual le quitó la vida a un hermano mayor que nunca conoció. Putin estudió Derecho en Leningrado, mientras Merkel escogió Ciencias en las que, según aclaró décadas después, “los hechos se pueden cambiar menos” que en temas como la Historia o el Derecho que enseñaban los comunistas.
Putin se unió a la KGB y en 1958 lo ubicaron en Dresde, un puesto rural de Alemania del Este. Después de la caída del Muro de Berlín, los alemanes se regocijaron con la reunificación de su país y por la salida de las tropas soviéticas, mientras Merkel se volcó de inmediato a trabajar en las recientes políticas democráticas de su país.
En contraste, Putin ha lamentado que todo haya pasado tan rápido. Una vez describió el colapso de la Unión Soviética como la “catástrofe geopolítica más grande del siglo”.
“Nos habríamos ahorrado muchos problemas si los soviéticos no hubieran tenido una salida tan apresurada de Europa del Este”, dijo a los tres periodistas rusos a quienes el Kremlin encargó, en el año 2000, la labor de escribir un libro sobre él.
Putin, el agente de la KGB, observaba con horror desde Dresde. El jefe local de la Stasi, quien trabajaba de cerca con la KGB, fue detenido y luego se suicidó después de tomar sedantes y colocarse al lado de un horno con el gas abierto. Putin después recordó cómo una turba enardecida con “ánimos agresivos” se reunió a las afueras de las oficinas de la KGB. Por temor a los estragos, Putin pidió ayuda a las fuerzas militares soviéticas que estaban situadas en las cercanías, pero le dijeron que la orden debía venir de Moscú.
“Moscú está en silencio”, le respondieron. Finalmente, la gente se dispersó, pero el episodio dramático dejó a Putin con “el sentimiento de que el país ya no existía”.
Luego describió la lección que había aprendido: el poder debía mantenerse con audacia, dentro y fuera del país, si Rusia quería evitar sufrir el mismo destino de la Unión Soviética. La URSS, recordó, “tenía una enfermedad terminal incurable: una parálisis de poder”.
El ascenso
Aunque no fueron líderes accidentales, Merkel y Putin sí fueron inesperados.
Poco conocido en el mundo e incluso para el público ruso, Putin se convirtió en presidente después de que Boris Yeltsin renunciara de forma dramática en la víspera del año nuevo de 1999. Al poco tiempo, Merkel asumió el cargo de la Unión Demócrata Cristiana, de centroderecha, al hacer a un lado a su mentor, el excanciller Helmut Kohl. A pesar de que la subestimaron por ser una mujer en la política, Merkel probó a los escépticos que estaban equivocados al volverse canciller en 2005.
En la primera visita oficial de Merkel a Moscú a comienzos del 2006, Putin demostró su estilo poco ortodoxo pero astuto al presentarle un perro de peluche de juguete, a pesar de que el Kremlin le había advertido que ella no se sentía cómoda cerca de los perros. Durante las conversaciones que se realizaron un año después en el mar Negro, Putin dejó que su gran labrador negro estuviera en la habitación.
Toomas Ilves, quien hasta el año pasado fue el presidente de Estonia, describió el ardid del perro como “clásico de la KGB”. Ilves afirmó que Merkel “nunca se hace ilusiones con Rusia” y “claramente fue una de las que entendió” cómo funcionaba la Rusia de Putin.
“Creció en ‘Stasilandia’”, señaló, “así que es evidente que siempre entendió esa conducta”.
Sin embargo, Merkel continuó con la tradición alemana de tener reuniones frecuentes con los líderes rusos, lo cual la ubicó como la principal interlocutora de Europa con Rusia, mientras mantenía las antiguas relaciones comerciales entre las dos potencias.
También lo obligó a apoyar la democracia y los derechos humanos, al reunirse con figuras de la oposición rusa y al expresar su indignación en 2006 por el asesinato de la periodista rusa Anna Politkovskaya, quien fuera una crítica mordaz del Kremlin.
Tan solo días después del homicidio, Putin ya estaba visitando Dresde de nuevo. Él y Merkel dieron una extraña entrevista conjunta a una cadena pública de Alemania en la cual Putin perdió la calma cuando le preguntaron por el asesinato de Politkovskaya. Ese intercambio no apareció en la transmisión, pero los televidentes sí vieron cómo Putin alababa las cualidades de buen oyente que tenía Merkel, lo cual describió como “una característica rara de encontrar en las mujeres”.
Konstantin Eggert, un periodista ruso que ha hablado en privado con Merkel durante años, opinó que el Kremlin nunca entendió a la canciller, porque creyeron que, como sucedió con Schröder, “ella sería una esclava de los negocios y de la fe tradicional de los alemanes en la Ostpolitik”.
“Pero no es esclava de nadie ni de nada”.
Señales cifradas
Kohl hizo migas con Gorbachov en un sauna. A Schröder le atraía que Putin fuera un alma masculina afín. Merkel no piensa igual. “Siempre encontró de mal gusto estas cosas de hombres”, indicó Stefan Kornelius, un biógrafo de Merkel.
En cambio, Merkel ha impresionado a Putin con su manera de captar los detalles, una cualidad que comparte con él, y su conocimiento de Rusia y su cultura, así como su disposición para defender sus posturas, del mismo modo que él defiende las suyas. En una conferencia de seguridad a la que asistió Merkel en Múnich en febrero de 2007, Putin dio el que ahora es considerado como un discurso clave, en el cual señaló su postura en contra de Occidente y vapuleó la dominación de Estados Unidos en los asuntos internacionales.
Karl-Theodor zu Guttenberg, exministro de Defensa de Merkel, recordó que mientras muchas personas del público estaban impactadas y alarmadas por el tono de Putin, entre ellos los oficiales estadounidenses, Merkel “no parecía sorprendida. Ya tenía una opinión extremadamente cautelosa de la estrategia global de Putin”.
En una ocasión, la resolución de Merkel pudo resultar contraproducente. En una reunión en 2008 de los líderes de la OTAN en Rumania, Merkel, con el apoyo de Sarkozy, el presidente francés de ese entonces, resistió con éxito la solicitud que hizo Bush para que Ucrania y Georgia recibieran el llamado Plan de Acción de Membresía (MAP, por su sigla en inglés), un movimiento que podría haber hecho que los dos países ingresaran a la alianza militar.
Para dejar que la Casa Blanca mantuviera su reputación, la canciller se encargó de redactar un comunicado que, aunque rechazaba un programa formal para la membresía, declaraba que Ucrania y Georgia podrían ser parte de la alianza algún día.
“Merkel estuvo en el centro de esta negociación de palabras, y era evidente que lo disfrutaba”, señaló el enviado de Italia para la OTAN, Stefano Stefanini, quien participó en esta reunión. “Es en lo que se siente más segura”.
Pero, al final, tal vez Merkel hizo un mal cálculo. Ucrania y Georgia estaban furiosos de que les fuera negada la membresía. Putin también estaba colérico, ya que tomó el vago compromiso de la membresía definitiva para Ucrania y Georgia como la evidencia de que la resolución de la OTAN era expandirse en los territorios que fueron parte de la Unión Soviética.
“Para él, la sentencia de que Ucrania y Georgia iban a ser miembros de la OTAN fue como una bofetada”, señaló Stefanini. “Al mismo tiempo, se envalentonó” porque Washington no había tenido la fuerza suficiente para poner a funcionar los engranajes formales para otorgar la membresía de la OTAN a las dos antiguas repúblicas soviéticas.
Cuatro meses después, Rusia invadió Georgia, con lo cual puso a prueba la disposición de Occidente para intervenir, lo cual no sucedió. En cambio, sentó un precedente que alentaría a Putin para que, en 2014, tomara por la fuerza a Crimea.
Ucrania sería la ruptura. Merkel, quien estaba acostumbrada a ser la principal interlocutora de Europa con Moscú, ahora asumía un nuevo papel como la fuerza impulsora detrás de las sanciones económicas.
Vladislav Belov, director del Centro de Estudios Alemanes en el Instituto de Europa en Moscú, señaló que Putin tomó como una afrenta personal que Merkel tuviera el papel principal respecto a las sanciones. “Putin no entendió por qué Alemania no aceptó de buenas a primeras que Crimea fuera absorbida por Rusia”, dijo Belov, quien hizo notar que el mandatario ruso equiparó la reunificación alemana de 1990 con la “reunificación” de Rusia con Crimea.
Por ahora, Europa está unida detrás de las sanciones. No obstante, esa solidaridad se está debilitando y depende de la determinación y la fortaleza política de Merkel, la cual Putin espera socavar.
Si hay un símbolo que muestra cómo han cambiado las cosas desde aquel discurso de 2001 que Putin pronunció en el Reichstag, consideremos esto: el mes pasado, el Ministerio de Defensa de Rusia anunció que iba a construir un modelo a escala del Reichstag a las afueras de Moscú. No es un tributo o un gesto de amistad. Se utilizará para que los jóvenes patriotas de Rusia se entrenen para destruir edificios en tiempos de guerra.