Raquel Leiva Olmo
BUENOS AIRES — Michelle Bachelet tiene prisa. Con menos de siete meses para terminar su mandato actual, está empeñada en levantar su cifra de aprobación popular, hoy en un 27 por ciento, y entrar a la historia de Chile no solo como la primera mujer en gobernar este país, sino también como una estadista progresista que nunca cayó en la tentación y los excesos del populismo.
Aunque con atropellos y retrasos, el proyecto reformista de Bachelet habrá sido el más exitoso entre los de las mujeres de izquierda que comandaron países de la región en los últimos años: Dilma Rousseff, quien por su inhabilidad política sufrió un juicio político injusto y controvertido, pero que ayudó a hundir a Brasil en su peor recesión de la historia reciente; y Cristina Kirchner, que sigue viva electoralmente, pero enfrentada a varios juicios por corrupción y con un fuerte rechazo por haber entregado la presidencia argentina con una inflación de un 35 por ciento y un 29 por ciento de pobres, aunque la cifra haya aumentado con Mauricio Macri, su sucesor.
Los cambios que Bachelet prometió se están haciendo pese a las demoras, y la economía crece más despacio que en los años del auge de las commodities, pero crece en el promedio de la región, mientras que la inflación está controlada y bajo la meta, en un 2,6 por ciento.
Pese al pesimismo que expresan los chilenos, Chile va bien. No tiene guerrillas con quienes negociar la paz como Colombia, ni una guerra contra carteles de la droga o una narcocorrupción enquistada en el Estado como México, ni la agresividad en la arena política de Argentina ni un presidente metamorfoséandose en tirano como Venezuela, ni corrupción que haya gangrenado todo como Brasil ni tres expresidentes encarcelados como Perú. ¿No deberían los chilenos evaluar positivamente a su presidenta?Cuando Bachelet sea expresidenta y Latinoamérica vuelva a ser gobernada solamente por hombres, su gestión destacará más que la de sus pares.
La aprobación del aborto en tres causales —riesgo de vida de la madre, malformación del feto o violación— fue lenta y repleta de suspenso. Si miramos con ojos del siglo XXI, todavía parece muy poco en términos de conquista para la mujer chilena, pero al menos saca al país de la vergonzosa lista en la que estaba, la de los pocos que todavía prohíben el aborto en cualquier circunstancia —El Salvador, Nicaragua, República Dominicana, Honduras, Malta y Surinam—, causando el sufrimiento y la muerte de miles de mujeres cada año.
La saga de la aprobación de la ley se convirtió en un fenómeno épico que monopolizó la atención de los chilenos, popularizó la etiqueta #Aborto3Causales y animó a marchas de mujeres. Cuando se deliberó a favor de la ley hubo júbilo y emoción. Bachelet lo conmemoró como mujer, pero también como una presidenta que tiene prisa por optimizar el poco tiempo que le queda a su gobierno.
Durante su campaña para este segundo mandato —el primero fue entre el 2006 y el 2010—, la lideresa prometió realizar reformas profundas en distintas áreas de injerencia del Estado y convocar a una nueva Constituyente para modificar la actual carta magna del país, escrita en la era Pinochet.
Pero las cosas no fueron tan fáciles. Un escándalo de corrupción que involucró a su propio hijo hizo que su aprobación cayera. Su relación con el congreso, en el que tenía apenas una mayoría simple, se volvió cuesta arriba. Desde el principio, la Nueva Mayoría —alianza que reunía desde socialcristianos hasta comunistas— mostró diferencias internas irreconciliables. Bachelet tuvo entonces que buscar apoyos para cada proyecto de ley fuera de su base de apoyo, lo que demoró y restringió el progreso de las cosas.
Pero la presidenta entró en su último año con energía renovada. El fantasma del caso de corrupción parece haberse desvanecido de la memoria de los chilenos y ahora Bachelet ha puesto el pie en el acelerador. Si ya no hay tiempo para convocar a la Constituyente, está determinada a realizar al menos algunos puntos de la ambiciosa agenda reformista con la que fue elegida.
En el área educativa, donde había una fuerte demanda por la gratuidad total de la enseñanza universitaria impulsada por las manifestaciones de 2011, Bachelet avanzó de forma gradual, pero incompleta, logrando solo que hoy el 60 por ciento de los estudiantes más humildes puedan cursar la enseñanza superior sin pagar. No logró avances sustanciales en el hoy privatizado sistema de jubilaciones, uno de los principales problemas del país, pero hace algunas semanas lanzó un proyecto para cambiar su funcionamiento, que incluye un aumento del aporte de las empresas y pasa el control del sistema de las administradoras de fondos de pensiones privadas al Estado. Con ello promete aumentar en un 20 por ciento los ingresos de los jubilados.
Otro proyecto mediático en el que ha apostado es la aprobación del matrimonio gay. El lunes, Bachelet anunció un proyecto de ley para legalizarlo e incluso permitir la adopción entre parejas del mismo sexo. Chile, donde hasta hoy solo existe la figura jurídica de la unión civil, también está rezagado en ese aspecto respecto de otros países de la región. Es bastante para un país de arraigada tradición católica y costumbres conservadoras. Tanto que fue uno de los últimos países del mundo en establecer el divorcio, en 2004.
La ambiciosa agenda de los próximos meses no deja por fuera inauguraciones de infraestructura como la nueva línea de metro en Santiago, ansiosamente esperada para volver a aliviar el tránsito de la ciudad, que viene empeorando en los últimos tiempos.
Aparte del aborto, que ya es ley, es poco probable que Bachelet logre antes del fin de su mandato en marzo la aprobación final de todas las legislaciones propuestas al congreso. Los temas que sigan en el debate parlamentario cuando el país cambie de mando corren el riesgo de sufrir retrasos y hasta frenazos. Eso es porque la que lidera las encuestas para vencer en las elecciones del 19 de noviembre es la derecha, comandada por el expresidente conservador Sebastián Piñera y su coalición, Chile Vamos.
Aunque este probable giro a la derecha demore la aprobación de una agenda que garantice las libertades individuales, amplíe los derechos a las mujeres, los estudiantes y los jubilados e implemente reparos históricos a minorías como los pueblos originarios, el esfuerzo de Bachelet no habrá sido en vano.
Su presidencia quedará como símbolo de un país que ya cambió (la ley del aborto, por ejemplo, tenía un 70 por ciento de aprobación). Con persistencia y enfrentando grandes dificultades, la primera presidenta de Chile abrió a los chilenos un sendero que, pese a los obstáculos del futuro, hace impensable una marcha atrás. No será posible parar ese proceso como cuando se interrumpió brutalmente el que inició Salvador Allende en 1973.