El inicio de la guerra civil de El Salvador en 1980 fue anunciado por actos de violencia incomprensibles, como el asesinato del arzobispo Óscar Romero mientras oficiaba una misa o la violación y el asesinato de cuatro religiosas estadounidenses.
Sin embargo, esos eventos palidecieron en comparación con lo que pasó el año siguiente, cuando las fuerzas de la contrainsurgencia entrenadas por Estados Unidos masacraron a más de 900 hombres, mujeres y niños en El Mozote y aldeas aledañas.
En una guerra espantosa que desde 1980 hasta la firma de los acuerdos de paz en 1992 le arrebató la vida a más de 75.000 personas, los tres días de masacre destacan por ser la peor atrocidad en un conflicto marcado por la tortura, las ejecuciones y las desapariciones. Los asesinatos masivos en La Joya fueron parte de otros seis que se llevaron a cabo en el municipio de Meanguera, El Salvador, en diciembre de 1981, por parte del Batallón Atácatl de la Fuerza Armada salvadoreña.
Aunque funcionarios estadounidenses y salvadoreños de entonces rechazaron reportes iniciales, exhumaciones posteriores han ofrecido pruebas innegables del precio que pagaron los civiles de ese país, pues quedaron atrapados entre su propio ejército y los rebeldes izquierdistas.
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En diciembre, durante el 35 aniversario de la masacre, James Rodríguez viajó a la región, al este de El Salvador, para documentar la sepultura de los restos que habían sido exhumados.
Fue a El Mozote y a la aldea aledaña de La Joya, pues se sentía alentado, dijo, por la decisión del tribunal de
eliminar la amnistía que había evitado que los combatientes rindieran cuentas. Para Rodríguez, un fotógrafo mexicano que ha vivido en Guatemala durante doce años, era una oportunidad para examinar las consecuencias duraderas de las muchas violaciones a los derechos humanos durante los conflictos de la guerra fría en Centroamérica. En El Salvador, eso significa una paz inquietante, donde la violencia excede los niveles de los tiempos de guerra.
“Para mí, la falta de justicia transicional en Centroamérica es el origen de la
crisis migratoria”, dijo. “La ausencia de justicia crea países que no funcionan, donde la violencia se normaliza, las pandillas toman el poder y la impunidad se infiltra en el sector empresarial. Esos son los factores que provocan que la gente se dirija al norte”.
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La Joya es un pequeño asentamiento, “una calle con 15 casas”, dijo Rodríguez. Los entierros fueron un gran evento y atrajeron a personas que se habían ido de la región durante la guerra. Entregaron los pequeños ataúdes —en algunos casos, con los restos de más de una persona— a familiares, quienes organizaron velorios que duraron toda la noche. Los dolorosos recuerdos se vieron atenuados por un sentido de comunidad.
“Fue como una fiesta”, dijo Rodríguez. “Fue un evento para compartir con familiares y amigos que no se habían visto en mucho tiempo”.
Agregó que, como no había cementerio, los residentes adquirieron un pequeño tramo de tierra entre dos casas para construir un monumento, donde colocaron los restos a la mañana siguiente. Es un recordatorio de que la justicia es lenta pero, por fortuna, también inevitable.
“Muchos de los jóvenes no saben qué pasó”, dijo Rodríguez. “Y muchos querían saber por qué sucedió. Sus familiares mayores querían aprovechar esto para compartir sus recuerdos. Hubo momentos intensos y tristes. Pero también fue una oportunidad para que las comunidades encontraran algo de poder. Ahora pueden cerrar la herida. Ahora, con la eliminación de la amnistía, muchos quieren justicia”
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