The New York Times | CULTURA | LIBROS > Una breve historia del ‘bookporn’ | Por JORGE CARRIÓN 23 abril 2017


Un antiguo "chaekgeori" coreano, estilo pictórico fomentado por el rey Jeongjo para difundir su agenda política. CreditThe Cleveland Museum of Art


Si el selfi es el gran tic del siglo XXI, las fotos de libros son su compensación mínima, inconsciente. Pon un poco de cultura impresa en tu imagen digital para contrapesar tanto exceso de yo, yo, yo. Aunque es cierto que ya se ha popularizado el bookselfie, porque toda tesis tiene su antítesis, pero son las síntesis las que nos hacen realmente humanos.
Escribió Pascal: “Qué vanidad la de la pintura, que atrae la admiración por su semejanza con cosas cuyos originales no son admirados”. ¿Es lo que ocurre con la representación de libros, esa constante de la historia de la cultura? ¿Nos atrae más su imagen que su texto, su estética que su contenido? ¿Los representamos compulsivamente por lo que simbolizan o por lo que son?
En los cuadros de los siglos XVI y XVII, los libros nos recuerdan a menudo nuestra condición vanidosa. Lo explica muy bien Javier Portús en Metapintura (Museo Nacional del Prado, 2016) al analizar el lienzo de Juan de Valdés titulado Alegoría de la vanidad: debajo del ángel que señala una representación del Juicio Final, hay en la mesa varios símbolos “del poder terrenal y religioso, de las riquezas, de la galantería y de las ciencias”. Entre los libros destaca uno: De la diferencia entre lo temporal y lo eterno, de Juan Eusebio Nieremberg. Las bibliotecas individuales desaparecen pero los cuadros son universales, no quieren perecer. La vanidad, ese pecado.


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Librería Jaimes en Barcelona CreditJorge Carrión

La modernidad se construye sobre la pintura no solo de libros concretos en el interior de cuadros, sino de auténticas bibliotecas. El Studiolo nació como género en el siglo XV y se expandió desde Italia hacia Alemania (el Kunst-und Wunderkammern), el Reino Unido y Francia (el gabinete de curiosidades) hasta llegar, siguiendo las ruinas de la Ruta de la Seda, hasta Extremo Oriente. En Corea, por ejemplo, se transformó en el siglo XVIII en un estilo pictórico, el chaekgeori, mediante el cual el rey Jeongjo difundía su agenda política, su ideal de escribiente, de funcionario.
En todas sus manifestaciones, el arte de pintar libros siempre ha incluido el diseño de las bibliotecas y los utensilios de escritorio. Por eso no es de extrañar que durante el siglo XX se normalizara la fotografía del escritor con la pluma en la mano, ante su máquina de escribir o frente a su ordenador, es decir, con la tecnología cambiante de la escritura; aunque con un mismo telón de fondo: el de su biblioteca.
La irrupción de la lectura digital ha amenazado la vigencia de ese telón de fondo. Y ha puesto en valor los formatos, las artesanías y los espacios vinculados con el libro en papel. Al tiempo que la academia sistematizaba los estudios de la historia de la lectura, se volvían virales las fotos de las bibliotecas y las librerías más espectaculares del mundo.
Y se popularizaba el #Bookporn. Fotos de libros, de gente leyendo (al lado de un gato), de muebles hechos con libros, de anaqueles, de libros raros, de esculturas y pinturas librescas, de subrayados, de libros envueltos con papel de regalo o de gente leyendo (con los pies descalzos).


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"Alegoría de la vanidad", lienzo del pintor español Juan de Valdés CreditWadsworth Atheneum

Bookporn todavía no es una palabra: no tiene definición, no existe como entrada en Wikipedia. Es un concepto vaporoso pero reconocible: una etiqueta. Como en todos los conceptos, convive en él una dimensión antigua y otra nueva.
La antigua nos transporta a la historia de los pintores que han incluido biblias y ensayos y novelas y bibliotecas en sus cuadros. Y a los fotógrafos que —como Gisèle Freund, André Kertész, Sara Facio, Daniel Mordzinski, Vasco Szinetar o Lisbeth Salas— se especializaron en retratar a los actores de esa obra teatral que es la literatura.
La nueva nos ubica en la fotografía conversacional de Instagram o WhatsApp; en la configuración de marcas personales mediante el valor añadido que le inyectan determinados objetos culturales; en la conciencia de que ha empezado una lentísima extinción. Ambas comparten la pulsión de la bibliofilia, el amor por los libros, pero son infinitas —por suerte— las formas de expresar el amor.
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